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En el valle de Nis, una maléfica luna menguante brilla tenue, abriéndose paso con su luz, con difusos rayos, a través de los letales follajes de los grandes árboles upas. Y en las profundidades del valle, allí donde no llega la luz, se mueven formas que no están hechas para ser contempladas. La maleza crece prieta en las laderas, allí donde las malignas enredaderas y plantas rastreras se enroscan en torno a las piedras de palacios arruinados, ciñéndose con fuerza a columnas rotas y extraños monolitos, y levantando pavimentos de mármol que fueron dispuestos por manos olvidadas. Y en los árboles, que crecen inmensos en ruinosos patios, brincan pequeños monos, mientras que, entrando y saliendo de profundas criptas llenas de tesoros, se retuercen las serpientes venenosas y seres escamosos sin nombre.
Inmensas son las piedras que dormitan bajo capas de musgo húmedo, y poderosos son los muros de los que se han desprendido. Sus constructores las erigieron para la eternidad y en verdad que aún sirven con nobleza, ya que, debajo de ellas, habita el sapo gris.
En el mismo fondo del valle se encuentra el río Than, cuyas aguas son fangosas y repletas de algas. Nace en arroyos ocultos y fluye hacia grutas subterráneas, y el Demonio del Valle no sabe por qué sus aguas son rojas, ni en dónde desemboca.
El Genio que acecha en los rayos de luna se dirigió al Demonio del Valle, diciéndole:
– Soy viejo y es mucho lo que he olvidado. Dime los hechos, aspecto y nombre de aquellos que edifican estas ruinas de piedra
Y el Demonio repuso:
– Mi memoria es buena y sé mucho del pasado, pero también yo soy viejo.
MEMORIA | H.P Lovecraft: relato completo
Aquellos seres eran como las aguas del río Than, y no estaban hechos para ser entendidos. No recuerdo sus hazañas, ya que no fueron más que momentáneas.
Recuerdo débilmente su aspecto, ya que era parecido al de los pequeños monos arbóreos. Sí recuerdo con claridad su nombre, ya que rimaba con el del río. Esos seres pretéritos se llamaban Humanidad.
Entonces, el Genio voló de vuelta a la luna creciente y el Demonio miró pensativo a un pequeño mono, que estaba subido en un árbol que crecía en un patio arruinado.
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